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La inocencia del vulgo


Acercándonos día a día al gran acontecimiento nacional; focos encendidos, maquillaje de estrella, laca casual y muchas, muchas sonrisas. Todo pinta bien para todos, todos van a ganar. El 20 de diciembre se anuncia como el día del año y pocos son los que no acudan al teatro.

A estas alturas del partido, no creo que nadie pueda negar el mayúsculo “show” en el que nos encontramos. Nos guste o no, ya nada podemos reprochar a la política Made in USA. Sibilinamente, programa tras programa, el mercado de la imagen y la emoción se ha dispuesto como única carretera de acceso al poder. Todo empezó con aquella llamada de Pedro Sánchez a Jorge Javier. Gran día aquel. Todavía recuerdo la sorpresa que muchos de nosotros nos llevamos al enterarnos de la noticia. Desde entonces, no ha habido político con intención de llegar a la Moncloa ajeno a esta carrera mediática. No calzarse las deportivas adecuadas es sinónimo de derrota y muy bien lo han entendido todos ellos.

Evidentemente, este despliegue de cámaras y buenos gestos no es casual. No responde a la modernidad, sino más bien a la puerilidad, y esto es un problema. No para ellos, pero sí para nosotros. Cuando nuestra libertad, nuestros derechos y nuestro dinero pasan por una cena con Bertín tenemos un problema. Porque la política no nace de la emoción, nace de la necesidad de estructurar racionalmente una sociedad. Lamentablemente, nos estamos olvidando de ello, porque, lamentablemente, las estructuras de poder fomentan este olvido.

Escuchando el debate del 7-D hubo un punto que sí me pareció importante valorar. Independencia de Cataluña. Tres de los participantes manifestaron posiciones semejantes, abogaron por la permanencia de la Comunidad en el país, rechazando cualquier vestigio de decisión ciudadana. Esto me preocupa. Defendían que un asunto de tal envergadura no es susceptible de ser decidido por la ciudadanía. Esto me preocupa. ¿Quiénes sino van a decidir qué clase de sociedad queremos? ¿Cómo es posible que en una DEMOCRACIA esté vetado el derecho al voto? Tal vez es que no estemos capacitados para tomar una resolución tal, podrían pensar aquellos señores de traje. Muchas son las consecuencias. De acuerdo, entonces explíquenlas de tal manera que podamos entenderlas. Y no olviden que la razón de que escapen a nuestro entendimiento es la secuela directa de su sistema educativo. Qué casualidad. Parece que guarde un hilo conductor. No te enseño, yo decido.

Sea como sea, el derecho de cualquier sociedad a decidir el porvenir de la misma no reside más que en el querer ciudadano. Porque será entonces cuando empecemos a hablar de democracia; hasta ese día hablaremos de sociedades “libres” bajo marcos previamente establecidos, por figuras muchas veces desconocidas, y sujetos al inmovilismo más autocrático que existe. Aunque todos estos señores formen parte del montaje luminoso, y obviando muchos sinsentidos, el valor más importante que hoy día nos puede ofrecer un político es nuestro derecho a decidir. Tal vez, y apostando por el optimismo, este sea el principio de un futuro en el que seamos nosotros los gestores de nuestra propia vida.

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