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El Reino de los Muertos


Frío. Era un día frío. La humedad del aire enquistada en los cuerpos de todos los hombres no hacía sino acentuar la sensación de muerte. La niebla cubría de soledad el campo de batalla. Las montañas, que hacían las veces de cuadrilátero, pareciesen tocar el cielo con sus puntas blancas, queriendo así dar la bienvenida a las nuevas almas que no tardarían mucho en ascender al vetusto reino.

Cualquiera hubiera jurado que allí no salía el sol. Los ojos, ya cansados, no acertaban a ver más que trazos de lo que antes fueron formas definidas. ¿Qué hago aquí? Tantas veces fue pregunta que ahora ya no daba respuesta. ¿Décima batalla?....................., no, onceava. Al fin y al cabo, daba igual. Una más. Tal vez la última… o tal vez no.

Al principio, cuando todos ellos eran personas y sus cuerpos todavía emanaban calor, los momentos previos a la entrada en combate eran compartidos. El miedo al dolor y el temor a la muerte unían los corazones de todos aquellos hombres en un espacio común. Era volátil, inexistente si se quiere, pero real para todos ellos. ¿Qué tenían si no? Tuvieron, pero el paso del tiempo no pasó en balde. El rojo dejó de ser un color; la comida una ilusión y el sueño un pasado. Sus almas empezaron a vagar ajenas a todo posible recuerdo de lo que antes era vida y fue entonces cuando las puertas blancas comenzaron a abrirse.

Sara, mi amor… Desde hacía ya tiempo, pensar con uno era la única comunicación a la que todavía podían asirse. Dicen que la guerra está acabando. Que tal vez esta sea nuestra última batalla. Yo no lo sé, pero quiero creer.

- ¡Soldados! ¡Hermanos! -empezó gritando el general-. ¡Hoy podemos volver a casa! ¡Hoy podemos decir adiós a toda esta locura! –su voz era una canción que muchas veces ya habían escuchado. Ahora las notas sonaban lejanas y la fuerza que un día levantaba el coraje de todos ellos, simplemente, no existía. Ya no había valor, solo temeridad.

- ¡Nuestro camino empezó hace ya más de un año y ha llegado el momento de dar el último paso! ¡Pero para ello, hoy, aquí y ahora, hemos de luchar! ¡Una última vez! ¡Una última!

El vaho que emanaba de las bocas de todos aquellos hombres se fundía con las bajas nubes en un baile que auguraba un destino ya escrito.

- ¡Hermanos! ¡Todos queremos morir! ¡Queremos dejar de blandir esta espada y cargar con este escudo! ¡Pero pensad que vuestra gente os quiere de vuelta! ¡Vuestra mujer necesita de vuestro calor! ¡Vuestros hijos necesitan a su padre! ¡Luchad por ellos! ¡Luchad por vuestro hogar y vuestra gente! ¡No luchéis por vuestra vida, luchad por la suya! ¡Sea como sea, os perdáis o no en el camino, no dejéis de luchar! ¡Nunca! ¡Dios nos proteja en este día! ¡Hermanos, ha sido un placer! ¡A luchar!

Llegó el momento mi amor…………………..Te amo. Y como si de un fogonazo se tratase, zancada a zancada, grito tras grito, todos los hombres se encaminaron hacia su muerte.

…….. … .. . . .

No hubo vuelta. No hubo calor, ni padres. No hubo gente, tampoco hogar. Solo lucha. Solo muerte.

Pero sí un mensaje.

El vaho, último amigo de nuestros amigos, recogió los pensamientos de todos aquellos hombres y los trasladó a su destino. Allí, habló de amor, de sinsentido y miedo. Habló de vidas que otras vidas vieron perecer. Habló de Sara. Habló de todos los días que su ser estuvo presente en sus pensamientos. Habló de la tristeza y pena por saber que su destino ya estaba escrito. Habló de muerte en vida. Habló de guerra. Habló de su reino. Habló del Reino de los Muertos.

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