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Así de fácil


Y nuestros pasos terminan llevándonos a uno de los muchos miradores del Paseo de la Virgen. Somos ocho amigos y un viaje, uno más en la ya nutrida lista de experiencias compartidas que cada uno de nosotros atesora en lo más íntimo y delicado de su ser. En esta ocasión, y escuchando el tintinear de la necesaria soledad, me desprendo del grupo y subo hasta una de las rocas que se levantan en la horizontalidad del pavimento. Como no podía ser de otra manera, algunas bromas nacen de la peculiaridad del gesto: la quietud perdió su seriedad en los manuales de la tan conocida trivialidad.

Las luces rojas que reflejan la prosecución de la noche en el mar recogen todo el movimiento de las aguas. Las nubes se tiñen de poesía y las montañas se bañan de nostalgia, de lo pasado, de lo esperado, de vida. Tras unos minutos de soledad compartida, mis dos imprescindibles acompañan mi apartado con el suyo propio. No tenía ninguna duda de que así sería; es sabido que el agua fluye buscando su sentido en el cauce que finalmente comparte con otras corrientes hermanas. Juntas componen la unidad y juntos quisimos despedir la luz del día.

El frescor de las olas rompiéndose en espuma y el piar de las últimas aves aislaban nuestros oídos del mundanal ruido. Las chicas se despidieron, pero nosotros necesitábamos prolongar aquel momento. Sumamos arte a la creación, buena música para acompañar aquel buen ambiente. Las notas se reproducían y la magia chispeaba en nuestros corazones impregnando así el sentimiento compartido, liberando nuestro espíritu y ofreciéndonos nuevas oportunidades. Fue entonces, en ese único, irrepetible y maravilloso cantar, donde apareció la sinceridad, la comunión de almas y el amor. Una verdad que quieres compartir para, haciéndolo, regalar tu más preciada felicidad.

Y lloras, porque es bonito, porque te sientes agradecido, porque eres consciente de que estos dos jóvenes que un día pudiste conocer como niños, algún día podrás hacerlo como hombres. Porque sabes que te quieren, que te valoran y te abrazan por ello. Porque los abrazos cada vez son más profundos, más cálidos, más reales; porque en ellos hay una intención de dejar algo de sus dueños. Porque conocerás a sus mujeres, y a sus hijos. Porque tus ojos verán como los suyos se iluminan de satisfacción en los momentos más importantes de sus vidas. Lloras porque son tus amigos… Y él también, él también se libera arropado por aquellos recuerdos de tres piratas en alta mar. Y le abrazas, y le quieres, y le quieres más sabiendo lo importante que somos para él. Los tres.

La voz de la dulce niña abre las puertas a la canción más hermosa del mundo, a su canción. Qué bonita y qué bonito verle en los acordes, en la letra desprovista de provisiones, en sus noches carentes de pretensiones. La emoción se desborda por sus ojos, aunándose a la corriente de bellos destellos de la noche malagueña. Le quieres y le quieres más sabiendo lo importante que somos para él. Los tres.

Gracias, amigos, por convertirme en estrella, por regalarme tantos buenos momentos que recordar, “porque cuando estemos llegando al final de nuestras vidas, viejecitos ya, llenos de arrugas y canas. Cuando estemos tumbados en la cama dando nuestro último suspiro, lo que recordaremos, lo que veremos, las imágenes que se nos sucederán en la cabeza y que nos acompañarán en nuestro último instante, haciéndonos derramar nuestra última lágrima, serán estos momentos. Estos momentos de felicidad”.

Gracias.

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