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¡Feliz Navidad!


Y de repente…, se fueron las luces.

¿Luz?, ¿mamá?

Nada se ve. Voces de desconcierto. Barullo. Algo pasa. Agarro sus pequeñas manitas y…, por arte de magia, vuelve la luz. Regalos. ¡Sandra, ha venido Papa Noel! ¡Corre, ven! Y ella corre, claro que corre, no sabe porqué, pero corre ¿Por qué se ha ido la luz?, ¿por qué gritan?, ¿mamá? Salimos de la habitación, tomamos el pasillo con movimientos torpes, nuestras manos se enredan con los pasos que queremos dar mientras la gente nos espera a la entrada del salón. ¡Corre, ven, ha venido Papa Noel!

Y ahí están. Una montaña de regalos. Cuántos colores. Cuántos dibujos. Sandra se echa las manos a la boca en un gesto de emoción. Uuuuu, exclama. No comprende qué acaba de pasar, no sabe a quién mirar, ni qué hacer. Todo es nuevo para ella. Coge el primer paquete que ve, se podría decir que del mismo tamaño que la dueña, y se lo lleva a su prima. Quiere que se lo abra, que le ayude al menos. Ni las dimensiones de sus manos, ni su psicomotricidad, ni sus nervios están preparados para una situación como esta. Abre, grita, alucina, se tira por el suelo, busca el sonido en el golpe, vuelve a cacarear……………….. Éxtasis……………….. No encuentro otra palabra que describa mejor el estado de ánimo de la pequeña. Estaba en éxtasis.

Es entonces cuando entiendes que estás presenciando algo mágico. Estás asistiendo a uno de esos pocos momentos en la vida en los cuales una persona genera un recuerdo esencial. Una cantidad de emociones, pensamientos y sentimientos tal que la impronta final es inconmensurable. Un animalillo descubriendo el mundo. Y no puedes evitar pensar: ¡claro que existe la magia!

Presenciar este recuerdo esencial genera a su vez un momento de felicidad compartida. El ambiente queda cargado y tú absorbes su energía. Se traslada a tu corazón y entonces sonríes. Tu cara brilla y tus ojos emanan alegría. Tu alegría busca otra mirada en la que volcar parte de su emoción y cuando lo consigue, cuando consigue trasladar su sentir, placer y color, conectas con tu verdad, con la vida más inocente y cercana a tu ser. Conectas con el cenit de nuestra existencia: hacer y ser felices.

La Navidad ofrece estas posibilidades y es por ello que me encanta. Una personita descubriendo la magia, una familia reunida, buenos gestos, buenas intenciones, un intento por hacer las cosas bien y una disposición a recibirlo. Esto es la Navidad y estas sus oportunidades. Más allá del brazo capitalista, de las compras innecesarias y las tradiciones pautadas, estas fechas mueven en nosotros un sentimiento de pureza digno del mayor de los respetos. Hacemos por hacer más por los demás y menos por nosotros. Buscamos el perfil de la diversión recibiendo así tantos buenos momentos. Cambiamos el chip, nos bajamos del tren y tomamos aire. Respiramos ajenos a nuestra rutina de tensiones y pensamientos enrevesados.

Y siendo así, se suceden. Todas esas risas, esos abrazos, esos recuerdos, esas salidas, esos reencuentros y esas despedidas, esas cenas, esas caras de ilusión, esas alegrías, esos enfados, esos perdones, esas treguas, esas ilusiones, esas abuelas y esas comidas. En definitiva, todos esos detalles que nos llenan de nuevas energías el corazón.

Sí, claro que sí: la magia de la Navidad tiene mucho de real, lo real de la magia es la felicidad que trae consigo y la felicidad que experimentamos es el combustible que nos hace levantarnos cada mañana apostando por otro gran día.

Sí, claro que sí: me gusta la Navidad. Me gusta la Navidad porque la gente hace por ser feliz.

¡Feliz Navidad!

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