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Un adiós y otro más


El pobre hombre estaba atormentado. No hacía ni dos días que había perdido su trabajo, aquello por lo que había estado luchando toda su vida era ahora un mero reflejo de su derrota. Otra más. ¿Por qué a mí?, se preguntaba mientras recorría las calles desiertas de la ciudad, ¿por qué a mí?... No había explicación alguna, simplemente era él.

Algunos años atrás, cuando aquello parecía una realidad paralela, cuando las necrológicas de los periódicos no eran noticia y la desgracia se dibujaba en caras ajenas, él era feliz. Su vida sonreía cada mañana, el sol calentaba y existían las estaciones del año. La primavera creaba la vida; el verano llenaba los cuerpos de energía; el otoño los templaba y el invierno completaba el ciclo apaciguando el ser interno de cada individuo. Desde hacía varios meses, nada de esto era verdad, solo existían nubes sobre su cabeza. Siempre sentía algún resquicio de gélido frío en alguna parte de su cuerpo, su espalda se había encorvado significativamente y su pelo era una mata de hilos blancos y finos. Nunca sonreía y nunca le sonreían. Había llorado tanto que sus mejillas parecían haberse desgastado. Tenían un ligero color amarillento que contrastaba con el oscuro negro de sus ojeras. Los ojos entreabiertos, incapaces de alcanzar la redondez de otros años a causa del cansancio acumulado de tantas y tantas noches en vela. Era un hombre muerto aunque siguiera vivo.

Había estado caminando sin rumbo durante todo el día y estaba agotado. Aun así quería seguir caminando, un paso tras otro en dirección hacia ninguna parte. De vez en cuando, solía pararse en algún parque para contemplar como los niños jugaban. Le encantaba verles reír. Hubo un día en que era él quien hacía reír a los niños. No había día en que no recordara, aunque fuera fugazmente, alguna conversación con su hijo, una broma o el olor de su pelo recién lavado. Cómo disfrutaba de los cuentos que le leía. Miraba cada página con mucha atención, sumergiéndose en cada dibujo como si de una película se tratase, mientras su cabeza descansaba sobre su pecho. Era su momento, el de ambos.

También le gustaba entrar en tiendas de complementos de jardinería. Recorría los pasillos sin tocar nada y salía de la tienda con las mismas manos vacías con las que había entrado. Simplemente miraba. Recordaba. Volvía a vivir. Volvía a vivir en cada uno de esos pequeños instrumentos colocados en las estanterías. Parecía que pudiera verla de nuevo a través de la ventana del salón, cuidando sus plantas con ese cariño y mimo tan particulares, limpiándose el sudor de la frente mientras removía la tierra, para terminar sentada como si de otra flor se tratara, perdiendo su mirada en la inmensidad del horizonte. Qué hermosa escena… La recordaba cada noche antes de caer rendido en el frío colchón de su apartamento. Llevaba medio año viviendo allí y todavía le parecía un lugar completamente extraño y desolado. Prefería mantenerse a la intemperie un día de tormenta que estar en aquella habitación.

Sus pasos le llevaron a uno de esos bares del centro que tantas veces habían visitado. Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta y entró. Estaba medio vacío, no había familias pero si algunas parejas cenando a la luz de las velas. Era tarde y ya estaban terminando la velada, mañana era día de escuela y la hora de recogida era cuestión de momentos. No para él. Se sentó en una mesa y pidió un café. Mientras esperaba a que lo trajeran volvió a soñar, y soñó con volver a reír. Soñó que volvía a ser esposo y padre orgulloso, amante de su mujer y amigo de su hijo. Soñó que volvía a dormir en paz, sin lóbregas pesadillas, y junto a la mujer de su vida. Tranquilo, escuchando su respiración pausada y profunda, sintiendo la calidez de su cuerpo pegado al suyo. Cuántas veces se habría despertado en mitad de la noche y la habría buscado, y cuántas veces, al sentirla a su lado, había vuelto a conciliar el sueño plácidamente. Qué feliz había sido…

El camarero llegó y el recogedor aroma del café con él. Lo bebió tranquilamente, pagó la cuenta y salió del bar. Andó varias calles al norte, con un andar lento y arrastrado, hasta llegar a la estación central. El andén estaba casi vacío, un par de personas rompían el silencio de la fría noche. Esperó durante unos minutos a que llegara el tren y cuando éste estuvo lo suficientemente cerca de la posición en la que él se encontraba dio un paso al frente.

A tres manzanas de allí, en el mismo bar que tantas veces habían visitado, junto a la taza vacía de café una nota yacía a su lado.

Porque tantos años hemos amado. Porque por tantos años te hubiera seguido amando. Porque si tú vas, mi amor, yo voy. Espérame.

No sé si no he sabido crecer, pero no entiendo mi vida sin ti, no la comprendo. Todo me es extraño y me siento perdido. Ya no hay luz en mi interior, solo un denso negro por dos amores que eran yo. Mi ser ya no existe y no veo más que sombras. Puede sonar cobarde, pero la verdad es que no puedo seguir viviendo así. Esta lacra me está destruyendo y, siendo sincero, estoy muriendo en vida. No puedo, ni quiero, esto. Cada vez que pasa por mi cabeza la idea de que ya no estás, de que no estáis, de que no existís y nunca más lo haréis, muero un poco. No soy capaz de lidiar con esa idea y mucho me temo que nunca lo seré. Os he amado tanto…

Yo ya estoy muerto, mi amor. Morí con vosotros. Morimos los tres aquel día y tengo que afrontarlo.

Únicamente puedo añadir: Gracias.

Noticia:

La cifra de suicidios ha vuelto a crecer por tercer año consecutivo. Un total de 3.870 personas se quitó la vida en 2013, un 22% más que los 3.158 que lo hicieron en 2010. Los suicidios descendieron durante los primeros años de la crisis económica, pero a partir de 2010 comenzaron a crecer. El primer año, el incremento fue muy leve, pero de 2011 a 2012 aumentaron en un 11% y de 2012 a 2013 subieron en un 9%. 10 personas se quitan la vida, de media, cada día. Es la primera causa de defunción no natural en España, bastante por delante de los accidentes de tráfico: por cada muerto en carretera hay dos suicidas.

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