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La educación nos hace libres


"Una persona enseñó a otra cómo hacer fuego"

¿Alguna vez te has planteado por qué en España el sistema educativo es de tan baja calidad?, ¿por qué cada cuatro años se ve modificada su estructura? o ¿por qué el presupuesto destinado a esta es irrisorio si lo comparamos con otras partidas presupuestarias? Probablemente, sí te lo hayas preguntado en alguna ocasión, y al igual que tú, también lo han hecho otros muchos ciudadanos en sus respectivos países a lo largo y ancho del planeta.

Desde el principio de los tiempos ha existido la educación. Apareció cuando los primeros hombres enseñaron a sus hijos la práctica de la caza, necesaria para preservar la existencia del clan y defenderse de posibles enemigos. Existía cuando entre tribus se intercambiaban conocimientos acerca del uso del cobre, la plata y el hierro. Y cobraba forma cuando se empezaron a divulgar los primeros textos escritos con un lenguaje formalizado y accesible a un conjunto más o menos amplio. La educación es un intercambio de saber, son todos aquellos conocimientos que nos permiten evolucionar como especie y llegar a donde estamos ahora. Somos lo que somos por los conocimientos que hemos adquirido y nuestro devenir queda completamente condicionado por los conocimientos que adquiramos. Hasta tal punto cobra importancia la educación.

Los países nórdicos representan el ejemplo en términos de educación. El presupuesto dedicado a esta rama asciende considerablemente en comparación con el resto de países, de ahí la calidad de su sistema y, consecuentemente, el alto grado de bienestar social del que goza una extensa mayoría. En Finlandia no existe gobierno que modifique el sistema educativo, en caso de hacerlo se realiza bajo un consenso que aúne todas las fuerzas políticas y cuente con las voces involucradas. Entienden que en la educación radica su bienestar y es por ello que no responde a intereses ajenos al conjunto ciudadano. Los países nórdicos tienen una extensa clase media y la desigualdad económica apenas es existente.

El caso opuesto pasa por dos referencias orientales: China y Japón. Ambas potencias han perpetuado, desde largo tiempo atrás, un sistema educativo altamente exigente y basado en resultados, reflejo inapelable de su estructura productiva y social. Aquí la educación adquiere tintes más oscuros, ya que el conocimiento enseñado en las escuelas responde a una maquinaria productiva necesitada de combustible humano. No existe un enriquecimiento personal, un interés generado o mentes despiertas capaces de producir nuevas ideas. Estos modelos utilizan la educación para la construcción de robots humanos cuya única disposición en la vida sea hacia el trabajo. Una sociedad sin capacidad de pensamiento, de palabra, de creación, es una sociedad adiestrada y, por consiguiente, una sociedad esclavizada.

Y el “término medio”, EEUU, la gran potencia impulsora de libertades, el bastión del bien, la comunidad protectora. El modelo estadounidense, desde sus orígenes allá por mediados del siglo XVIII, ha conservado una plantilla muy sencilla y a la vez muy concienzudamente planteada: quién tiene dinero estudia, quién no, no. La elite adinerada interesada en mantener su posición económica será la preparada y capacitada para poder dirigir la sociedad. Tendrá los estudios y aptitudes necesarios para poder ejercer en posiciones de responsabilidad y su dirección no se desviará demasiado del objetivo central: perpetuar el sistema clasista, canalizando las oportunidades de crecimiento.

¿No nos resulta familiar este modelo?, ¿3+2? De nuevo, la estrategia adquiere peso en el juego político y la nuestra parece adquirir la forma de EEUU.

Vemos que cada uno de estos modelos responde directamente a una determinada estructura social. Casualmente, las principales potencias mundiales no presentan sistemas educativos accesibles y de calidad. Casualmente, detentan los mayores índices de desigualdad económica. Y casualmente, ejercen control sobre el resto de países aliados. Parece que un buen sistema educativo no pueda ir ceñido a un imperio. Parece que necesitara más peones que caballos, alfiles o torres. Tal vez nazca de esta premisa la necesidad de hacer peones. Tal vez partan de esta necesidad algunas de las políticas que se llevan a cabo en nuestro país.

La historia ha probado, y lo sigue haciendo, que la educación determina inequívocamente nuestro Estado de Bienestar. El desarrollo intelectual de las personas da voz y capacidad de análisis, ofrece perspectiva y empoderamiento, incrementa la autodeterminación y nuestra potestad de decisión.

En definitiva, la educación nos hace libres, reclamemos entonces nuestro derecho a serlo.

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